domingo, 16 de mayo de 2010

anuncio de alzheimer

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sonderkomando



El sonderkommando, un equipo especial, creado por los nazis y formado por judíos que obligados y a cambio de algún privilegio como una ración mayor de comida, realizaban las labores de eliminación de los cadáveres en los campos de concentración.
Como es posible olvidar semejante vivencia, ¿es posible sobrevivir a una guerra y olvidar todas estas labores siniestras? Cada cuatro meses, los sonderkommando eran sustituidos por un nuevo grupo de hombres cuyo ritual de iniciación consistía en el exterminio del grupo precedente. Hubo un superviviente, lo que no sabemos es si consiguio sobrevivir a sus propios recuerdos

perder el tiempo en facebook



Yo pienso un poco lo mismo

¿y tu que guardas?

Para entender la relación que establece nuestro público objetivo con sus recuerdos se ha llevado a cabo un trabajo de campo. diferenciando el traget en tres grupos diferentes, basados únicamente en las edades de los mismo se ha pedido que elaboren una lista de aquellos recuerdos físicos que han guardado a lo largo del tiempo. Se les ha pedido a cada individuo una lista de 15 recuerdos diferentes.

pablo / guionista / 32 años

1. Entrada concierto pink floyd dark side of the moon
2. Un collar de ana q me dio y usaba de pulsera
3. Una botella en miniatura de white label de una noche de pedo
4. Un skate en miniatura q me regalo el cojon
5. Mi acreditacion del festimad
6. Los mapas del metro de NY de cuando vivia ahi
7.Mis fichas de poker
8. Mis cartas de los soprano
9.Una foto con papa en la playa de pequeño
10. Mi foto con el cantante de Sigur Ros en benicassim
11. El tirachinas q compre en brasil
12. Mi carnet de buceador
13. Mis pasaportes antiguos con los sellos de los viajes.

revista visionaire



Una revista-objeto, publicación ultra elitista que intenta formalizar conceptos como la luz, el olor, la erótica, el futuro, el color negro o el blanco. Parecía (cuando no la conocía) que podría ser un referente a nivel formal-conceptual. Definitivamente no. Creo que a veces es formalmente explosiva y muy visual, pero creo que tiene que ver más con un presupuesto casi ilimitado que permita hacer algo "muy vistoso" y no lo digo en tono positivo

la lata


"revista objeto"

Cada numero está hecha por un artista distinto. Todo el contenido queda envasado en el interior de la propia lata. Me gusta el concepto de apertura y cambio de estado irreversible del propio objeto

Funes el memorioso

Lo recuerdo (yo no tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado, sólo un hombre en la tierra tuvo derecho y ese hombre ha muerto) con una oscura pasionaria en la mano, viéndola como nadie la ha visto, aunque la mirara desde el crepúsculo del día hasta el de la noche, toda una vida entera. Lo recuerdo, la cara taciturna y aindiada y singularmente remota, detrás del cigarrillo. Recuerdo (creo) sus manos afiladas de trenzado. Recuerdo cerca de esas manos un mate, con las armas de la Banda Oriental; recuerdo en la ventana de la casa una estera amarilla, con un vago paisaje lacustre. Recuerdo claramente su voz; la voz pausada, resentida y nasal del orillero antiguo, sin los silbidos italianos de ahora. Más de tres veces no lo vi; la última, en 1887... Me parece muy feliz el proyecto de que todos aquellos que lo trataron escriban sobre él; mi testimonio será acaso el más breve y sin duda el más pobre, pero no el menos imparcial del volumen que editarán ustedes. Mi deplorable condición de argentino me impedirá incurrir en el ditirambo -género obligatorio en el Uruguay, cuando el tema es un uruguayo. Literato, cajetilla, porteño; Funes no dijo esas injuriosas palabras, pero de un modo suficiente me consta que yo representaba para él esas desventuras. Pedro Leandro Ipuche ha escrito que Funes era un precursor de los superhombres, "un Zarathustra cimarrón y vernáculo "; no lo discuto, pero no hay que olvidar que era también un compadrito de Fray Bentos, con ciertas incurables limitaciones.
Mi primer recuerdo de Funes es muy perspicuo. Lo veo en un atardecer de marzo o febrero del año 84. Mi padre, ese año, me había llevado a veranear a Fray Bentos. Yo volvía con mi primo Bernardo Haedo de la estancia de San Francisco. Volvíamos cantando, a caballo, y ésa no era la única circunstancia de mi felicidad. Después de un día bochornoso, una enorme tormenta color pizarra había escondido el cielo. La alentaba el viento del Sur, ya se enloquecían los árboles; yo tenía el temor (la esperanza) de que nos sorprendiera en un descampado el agua elemental. Corrimos una especie de carrera con la tormenta. Entramos en un callejón que se ahondaba entre dos veredas altísimas de ladrillo. Había oscurecido de golpe; oí rápidos y casi secretos pasos en lo alto; alcé los ojos y vi un muchacho que corría por la estrecha y rota vereda como por una estrecha y rota pared. Recuerdo la bombacha, las alpargatas, recuerdo el cigarrillo en el duro rostro, contra el nubarrón ya sin límites. Bernardo le gritó imprevisiblemente: "¿Qué horas son, Ireneo?"". Sin consultar el cielo, sin detenerse, el otro respondió: 'Faltan cuatro minutos para las ocho, joven Bernardo Juan Francisco". La voz era aguda, burlona. Yo soy tan distraído que el diálogo que acabo de referir no me hubiera llamado la atención si no lo hubiera recalcado mi primo, a quien estimulaban (creo) cierto orgullo local, y el deseo de mostrarse indiferente a la réplica tripartita del otro.
Me dijo que el muchacho del callejón era un tal Ireneo Funes, mentado por algunas rarezas como la de no darse con nadie y la de saber siempre la hora, como un reloj. Agregó que era hijo de una planchadora del pueblo, María Clementina Funes, y que algunos decían que su padre era un médico del saladero, un inglés O'Connor, y otros un domador o rastreador del departamento del Salto.
Vivía con su madre, a la vuelta de la quinta de los Laureles. Los años 85 y 86 veraneamos en la ciudad de Montevideo. El 87 volví a Fray Bentos. Pregunté, como es natural, por todos los conocidos y, finalmente, por el "cronométrico Funes". Me contestaron que lo había volteado un redomón en la estancia de San Francisco, y que había quedado tullido, sin esperanza. Recuerdo la impresión de incómoda magia que la noticia me produjo: la única vez que yo lo vi, veníamos a caballo de San Francisco y él andaba en un lugar alto; el hecho, en boca de mi primo Bernardo, tenía mucho de sueño elaborado con elementos anteriores. Me dijeron que no se movía del catre, puestos los ojos en la higuera del fondo o en una telaraña. En los atardeceres, permitía que lo sacaran a la ventana. Llevaba la soberbia hasta el punto de simular que era benéfico el golpe que lo había fulminado... Dos veces lo vi atrás de la reja, que burdamente recalcaba su condición de eterno prisionero: una, inmóvil, con los ojos cerrados; otra, inmóvil también, absorto en la contemplación de un oloroso gajo de santonina. No sin alguna vanagloria yo había iniciado en aquel tiempo el estudio metódico del latín. Mi valija incluía el De viris illustribus de Lhomond, el Thesaurus de Quicherat, los Comentarios de Julio César y un volumen impar de la Naturalis historia de Plinio, que excedía (y sigue excediendo) mis módicas virtudes de latinista. Todo se propala en un pueblo chico; Ireneo, en su rancho de las orillas, no tardó en enterarse del arribo de esos libros anómalos. Me dirigió una carta florida y ceremoniosa, en la que recordaba nuestro encuentro, desdichadamente fugaz, "del día 7 de febrero del año 84", ponderaba los gloriosos servicios que don Gregorio Haedo, mi tío, finado ese mismo año, "había prestado a las dos patrias en la valerosa jornada de Ituzaingó ", y me solicitaba el préstamo de cualquiera de los volúmenes, acompañado de un diccionario "para la buena inteligencia del texto original, porque todavía ignoro el latín". Prometía devolverlos en buen estado, casi inmediatamente. La letra era perfecta, muy perfilada; la ortografía, del tipo que Andrés Bello preconizó: i por y, f por g. Al principio, temí naturalmente una broma. Mis primos me aseguraron que no, que eran cosas de Ireneo. No supe si atribuir a descaro, a ignorancia o a estupidez la idea de que el arduo latín no requería más instrumento que un diccionario; para desengañarlo con plenitud le mandé el Gradus ad Parnassum de Quicherat y la obra de Plinio.
El 14 de febrero me telegrafiaron de Buenos Aires que volviera inmediatamente, porque mi padre no estaba "nada bien". Dios me perdone; el prestigio de ser el destinatario de un telegrama urgente, el deseo de comunicar a todo Fray Bentos la contradicción entre la forma negativa de la noticia y el perentorio adverbio, la tentación de dramatizar mi dolor, fingiendo un viril estoicismo, tal vez me distrajeron de toda posibilidad de dolor. Al hacer la valija, noté que me faltaban el Gradus y el primer tomo de la Naturalis historia. El "Saturno" zarpaba al día siguiente, por la mañana; esa noche, después de cenar, me encaminé a casa de Funes. Me asombró que la noche fuera no menos pesada que el día. En el decente rancho, la madre de Funes me recibió. Me dijo que Ireneo estaba en la pieza del fondo y que no me extrañara encontrarla a oscuras, porque ireneo sabía pasarse las horas muertas sin encender la vela. Atravesé el patio de baldosa, el corredorcito; llegué al segundo patio. Había una parra; la oscuridad pudo parecerme total. Oí de pronto la alta y burlona voz de Ireneo. Esa voz hablaba en latín; esa voz (que venía de la tiniebla) articulaba con moroso deleite un discurso o plegaria o incantación. Resonaron las sílabas romanas en el patio de tierra; mi temor las creía indescifrables, interminables; después, en el enorme diálogo de esa noche, supe que formaban el primer párrafo del capítulo xxiv del libro vii de la Naturalis historia. La materia de ese capítulo es la memoria; las palabras últimas fueron ut nihil non iisdern verbis redderetur audíturn.
Sin el menor cambio de voz, Ireneo me dijo que pasara. Estaba en el catre, fumando. Me parece que no le vi la cara hasta el alba; creo rememorar el ascua momentánea del cigarrillo. La pieza olía vagamente a humedad. Me senté; repetí la historia del telegrama y de la enfermedad de mi padre. Arribo, ahora, al más difícil punto de mi relato. Éste (bueno es que ya lo sepa el lector) no tiene otro argumento que ese diálogo de hace ya medio siglo. No trataré de reproducir sus palabras, irrecuperables ahora. Prefiero resumir con veracidad las muchas cosas que me dijo Ireneo. El estilo indirecto es remoto y débil; yo sé que sacrifico la eficacia de mi relato; que mis lectores se imaginen los entrecortados períodos que me abrumaron esa noche.
Ireneo empezó por enumerar, en latín y español, los casos de memoria prodigiosa registrados por la Naturalis historia: Ciro, rey de los persas, que sabía llamar por su nombre a todos los soldados de sus ejércitos; Mitrídates Eupator, que administraba la justicia en los veintidós idiomas de su imperio; Simónides, inventor de la mnemotecnia; Metrodoro, que profesaba el arte de repetir con fidelidad lo escuchado una sola vez. Con evidente buena fe se maravilló de que tales casos maravillaran. Me dijo que antes de esa tarde lluviosa en que lo volteó el azulejo, él había sido lo que son todos los cristianos: un ciego, un sordo, un abombado, un desmemoriado. (Traté de recordarle su percepción exacta del tiempo, su memoria de nombres propios; no me hizo caso.) Diecinueve años había vivido como quien sueña: miraba sin ver, oía sin oír, se olvidaba de todo, de casi todo. Al caer, perdió el conocimiento; cuando lo recobró, el presente era casi intolerable de tan rico y tan nítido, y también las memorias más antiguas y más triviales. Poco después averiguó que estaba tullido. El hecho apenas le interesó. Razonó (sintió) que la inmovilidad era un precio mínimo. Ahora su percepción y su memoria eran infalibles.
Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del 30 de abril de 1882 y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho. Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etcétera. Podía reconstruir todos los sueños, todos los entre sueños.
Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero. Me dijo: "Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo". Y también: "Mis sueños son como la vigilia de ustedes". Y también, hacia el alba: "Mi memoria, señor, es como vaciadero de basuras". Una circunferencia en un pizarrón, un triángulo rectángulo, un rombo, son formas que podemos intuir plenamente; lo mismo le pasaba a Ireneo con las aborrascadas crines de un potro, con una punta de ganado en una cuchilla, con el fuego cambiante y con la innumerable ceniza, con las muchas caras de un muerto en un largo velorio. No sé cuántas estrellas veía en el cielo.
Esas cosas me dijo; ni entonces ni después las he puesto en duda. En aquel tiempo no había cinematógrafos ni fonógrafos; es, sin embargo, inverosímil y hasta increíble que nadie hiciera un experimento con Funes. Lo cierto es que vivimos postergando todo lo postergable; tal vez todos sabemos profundamente que somos inmortales y que tarde o temprano, todo hombre hará todas las cosas y sabrá todo. La voz de Funes, desde la oscuridad, seguía hablando. Me dijo que hacia 1886 había discurrido un sistema original de numeración y que en muy pocos días había rebasado el veinticuatro mil. No lo había escrito, porque lo pensado una sola vez ya no podía borrársele.
Su primer estímulo, creo, fue el desagrado de que los treinta y tres orientales requirieran dos signos y tres palabras, en lugar de una sola palabra y un solo signo. Aplicó luego ese disparatado principio a los otros números. En lugar de siete mil trece, decía (por ejemplo) Máximo Pérez; en lugar de siete mil catorce, El Ferrocarril; otros números eran Luis Melián Lafinur, Olimar, azufre, los bastos, la ballena, el gas, la caldera, Napoléon, Agustín de Vedía. En lugar de quinientos, decía nueve. Cada palabra tenía un signo particular, una especie de marca; las últimas eran muy complicadas... Yo traté de explicarle que esa rapsodia de voces inconexas era precisamente lo contrario de un sistema de numeración. Le dije que decir 365 era decir tres centenas, seis decenas, cinco unidades: análisis que no existe en los "números" El Negro Timoteo o manta de carne. Funes no me entendió o no quiso entenderme. Locke, en el siglo xvii, postuló (y reprobó) un idioma imposible en el que cada cosa individual, cada piedra, cada pájaro y cada rama tuviera un nombre propio; Funes proyectó alguna vez un idioma análogo, pero lo desechó por parecerle demasiado general, demasiado ambiguo. En efecto, Funes no sólo recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de las veces que la había percibido o imaginado. Resolvió reducir cada una de sus jornadas pretéritas a unos setenta mil recuerdos, que definiría luego por cifras. Lo disuadieron dos consideraciones: la conciencia de que la tarea era interminable, la conciencia de que era inútil. Pensó que en la hora de la muerte no habría acabado aún de clasificar todos los recuerdos de la niñez.
Los dos proyectos que he indicado (un vocabulario infinito para la serie natural de los números, un inútil catálogo mental de todas las imágenes del recuerdo) son insensatos, pero revelan cierta balbuciente grandeza. Nos dejan vislumbrar o inferír el vertiginoso mundo de Funes. Éste, no lo olvidemos, era casi incapaz de ideas generales, platónicas. No sólo le costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente). Su propia cara en el espejo, sus propias manos, lo sorprendían cada vez. Refiere Swift que el emperador de Lilliput discernía el movimiento del minutero; Funes discernía continuamente los tranquilos avances de la corrupción, de las caries, de la fatiga. Notaba los progresos de la muerte, de la humedad. Era el solitario y lúcido espectador de un mundo multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso. Babilonia, Londres y Nueva York han abrumado con feroz esplendor la imaginación de los hombres; nadie, en sus torres populosas o en sus avenidas urgentes, ha sentido el calor y la presión de una realidad tan infatigable como la que día y noche convergía sobre el infeliz Ireneo, en su pobre arrabal sudamericano. Le era muy difícil dormir. Dormir es distraerse del mundo; Funes, de espaldas en el catre, en la sombra, se figuraba cada grieta y cada moldura de las casas precisas que lo rodeaban. (Repito que el menos importante de sus recuerdos era más minucioso y más vivo que nuestra percepción de un goce físico o de un tormento físico.) Hacia el Este, en un trecho no amanzanado, había casas nuevas, desconocidas. Funes las imaginaba negras, compactas, hechas de tiniebla homogénea; en esa dirección volvía la cara para dormir. También solía imaginarse en el fondo del río, mecido y anulado por la corriente.
Había aprendido sin esfuerzo el inglés, el francés, el portugués, el latín. Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos. La recelosa claridad de la madrugada entró por el patio de tierra.
Entonces vi la cara de la voz que toda la noche había hablado. Ireneo tenía diecinueve años; había nacido en 1868; me pareció monumental como el bronce,
más antiguo que Egipto, anterior a las profecías y a las pirámides. Pensé que cada una de mis palabras (que cada uno de mis gestos) perduraría en su
implacable memoria; me entorpeció el temor de multiplicar ademanes inútiles.

Ireneo Funes murió en 1889, de una congestión pulmonar.

miércoles, 12 de mayo de 2010

olvido del territorio



LUGARES ABANDONADOS; Lugares donde ya no queda nadie, donde el silencio y la calma rondan por sus rincones.
En otro tiempo, la gente se divertía en estos lugares, acudían con la esperanza de pasarlo bien, y sin embargo con el paso del tiempo y el abandono, la calma y la soledad los ha colonizado. imágenes de parques de atracciones abandonados configurarán este capítulo del olvido. La ausencia- presencia que vaga por estos lugares creo que es muy evocadora

Joan Brossa



Los poemas visuales de Joan Brossa....
La tipografía puede leerse o puede verse. La percepción visual de un mensaje, no sólo sugiere aquello que está escrito, sino que lo potencia, haciendo volar la imaginación. Una maquetación a la suiza, correcta, en ocasiones no es suficiente para explicar el significado, en ocasiones, es conveniente crear juegos visuales que el lector descubre, provocando una pequeña sonrisa, un guiño que el lector aprecia

un olvido histórico


"Todos los presos políticos, los perseguidos, los torturados y los familiares de los desaparecidos estábamos esperando que Menotti dijera algo, que tuviera un gesto solidario, pero no dijo nada. Fue doloroso y muy jodido de su parte. Él también estaba haciendo política con su silencio." Quien formula el cargo es Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz en 1980, que logró salir de la Unidad 9 de La Plata gracias a la presión internacional, el 23 de junio de 1978, dos días antes de la final. De su cautiverio recuerda el nudo de una contradicción para muchos incomprensible: "En la cárcel, como los guardias también querían escuchar los partidos, el relato radial nos llegaba por altoparlantes. Era extraño, pero en un grito de gol nos uníamos los guardias y los prisioneros. Me da la sensación de que en ese momento, por encima de la situación que vivíamos, estaba el sentimiento por Argentina".


Dentro de las diferentes temáticas que configuran los dos libros de mi proyecto, encontramos el tema del olvido histórico. Como el requisito del Pfe exige no apartarse del tema general que nos habían asignado para este año, el ocio, he tenido que centrar mi atención en la conexión que pueda existir entre ocio y olvido, igual que entre ocio y memoria.
Sabiendo esto, me encuentro con que el mundial de argentina del 78 es un gran ejemplo de un olvido histórico.
El 24 de marxo de 1976, se iniciaba en Argentina la dictadura militar de Videla, tras su golpe de estado. Dos años después y tras fuertes represiones políticas por parte de la dictadura (muertes, desapariciones, atentados, ataques policiales, detenciones...), el mundo miraba al país sureño. Argentina acogía el mundial de futbol. Frente a un panorama social desolador, con importantes tensiones y represiones se celebra un mundial de futbol, que consigue por unos días hacer olvidar, aunque fuera por unos instantes, la situación de conflicto en la que se encontraba el país. Un testimonio de este olvido histórico es el testimonio citado arriba, de un preso político encarcelado durante el mundial.

viernes, 7 de mayo de 2010

los mecanismos del recuerdo

" lo que acaba de descubrir un grupo de investigadores de la Escuela Politécnica Federal de Zurich no es tanto el mecanismo biológico de esos recuerdos, los eternos o los que luego olvidamos con el paso del tiempo por falta de uso, como la existencia de una molécula proteínica que no sólo borra casi al instante los recuerdos, sino que impide incluso su formación. Sería algo así como la molécula de la antimemoria, del tiempo presente sin pasado (e incluso sin futuro, porque no tendríamos bases memorísticas para hacer proyecciones hacia el futuro), si sólo actuara ella en nuestro cerebro. Naturalmente, y por fortuna, tenemos otras proteínas que realizan el trabajo contrario, el de almacenamiento de la información para su posterior utilización."

explora ciencia

No hay memoria sin olvido. Si antes pensábamos que recordar era un acto voluntario, ahora descubrimos que olvidar, que es un proceso que realizamos constantemente, tiene que ver con la segregación de una proteína. Podría decirse que no son plenamente conscientes de lo que decidimos olvidar o lo que decidimos recordar. Sin embargo, la mente, el cuerpo humano es una máquina quasi perfecta, y digo yo, si no tenemos la entera voluntad sobre que decidimos olvidar, será que es mejor así. Dice Borges en su cuento que sino fuéramos capaces de olvidar, tampoco seríamos capaces de abstraer, y nos perderíamos en una infinidad de detalles.

martes, 4 de mayo de 2010

stefan sagmeister


"things i have learned in my life so far"
instalación en Deitch Projects, en Nueva York. Un gigantesco archivador que podía ser completado por todos aquellos que visitaban la exposición. Me gusta la resolución, puede que el fin no sea tan poderoso como cabe esperar.

domingo, 2 de mayo de 2010

memoria histórica





El 9 de Noviembre de 1989 es una fecha que ha quedado grabada en la historia. Ese día se anunció oficialmente, en conferencia de prensa, que a partir de la medianoche los alemanes del este podrían cruzar cualquiera de las fronteras de Alemania Democrática (RDA), incluido el Muro de Berlín, sin necesidad de contar con permisos especiales. De inmediato se corrió la voz en ambas partes de la ciudad dividida y mucho antes de la medianoche miles de expectantes berlineses se habían congregado a ambos lados del muro. En el momento esperado, los berlineses del Este, a pie o en automóvil, comenzaron a pasar sin mayor dificultad por el puesto de control. Abundaron las escenas llenas de emoción: abrazos de familiares y amigos que habían estado separados por mucho tiempo, crisis de llanto, rostros que reflejaban incredulidad, brindis con Champaña o cerveza, regalos de bienvenida a los visitantes, flores en los parabrisas de los autos que cruzaban la frontera y en los rifles de los soldados que custodiaban los puestos de vigilancia. A esta primera reacción seguirían otras de carácter político y económico.

sábado, 1 de mayo de 2010

JACK DELANO



Durante los años cuarenta realizo un trabajo de registro de las gentes de Puerto Rico, de sus costumbres y de la vida de la isla, reflejando la huella que había dejado estados unidos en el estado caribeño. Cuarenta años mas tarde, en los ochenta repitió esta labor, reflejando los cambios y la evolución acontecida desde que realizó la primera serie. De este segundo trabajo salió su publicación más famosa “Puerto Rico Mío”.

En relación al tema del recuerdo me parece importante la reflexión que hace el fotógrafo en torno al tema del paso del tiempo, aunque sea desde un punto de vista generalista, ya que comprende la visión de las gentes de toda una isla. Lo hace volviendo sobre sus pasos, sus propias imágenes tomadas cuarenta años atrás para observar los cambios en una sociedad. Delano refleja a través de sus imágenes como vivían, cuales eran sus trabajos, que comían, como se divertían...etc. Todo este registro lo lleva a cabo desde una perspectiva humana y cercana; no realiza un registro aséptico. El fotógrafo se implicó en la sociedad a la que fotografió, tanto es así que vivió el resto de su vida en la isla, implicándose en la actividad cultural de la misma y participando de diversos proyectos culturales.
El registro de los cambios en una sociedad, me parece un punto interesante dentro de mi propia investigación; al igual que Robert Frank, Delano registra su entorno, pero quizá éste último lo hace desde una perspectiva más cercana. En las imágenes de Robert Frank el espectador es un observador fuera de la escena, pero Delano nos acerca a la sociedad puertoriqueña; en sus imágenes notamos la presencia del fotógrafo.

miércoles, 28 de abril de 2010

campo de concentración de Theresienstadt

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En Junio de 1944, los dirigentes nazis permiten a un grupo de la cruz roja visitar el campo de Theresienstadt para que "comprobaran" con sus propios ojos, de los favores y libertades de las que difrutaban los presos judios en los "campos de trabajo". Evidentemente, todo era un montaje; el campo de Theresienstadt era un campo de paso, de transición, a los campos de exterminio. Más adelante se grabó una película propagandística titulada "El Führer regala a los judíos una ciudad". Un pastiche terrible, un largometraje de ficción donde los nazis nos enseñan las múltiples actividades lúdicas y el confort del que disfrutan los judios internos del campo. Extremadamente sórdido. La intención de los nazis no llegaba únicamente al exterminio del pueblo judío, sino a la planificación también de su olvido. A ocultar cualquier prueba de ello. La masacre total sin dejar huellas.

la memoria pública de García Alix





Hay algunas fotografías de García Alix que al mirar me hacen olvidar que García Alix es un fotógrafo profesional y consagrado. Estas dos son un ejemplo de ello. Consigo olvidarme de su imaginario sexual, estético, posado y ficticio, y pienso unicamente en un chaval que ha cogido su cámara y ha retratado a sus amigos, ha captado en instantáneas momentos que seguramente vienen acompañado de mil anécdotas que sólo él conoce y que todos nos aventuramos a imaginar. Encuentro que en sus inicios, la cámara se convirtió en una herramienta de recuerdo; supongo que luego se dio cuenta de que podría dedicarse a ello de un modo profesional, pero en esas primeras instantáneas queda recogida su historia como lo hemos hecho en incontables ocasiones el resto de los mortales cuando nos juntamos de juerga con unos amigos, cuando volvemos a casa de mañaneo, en definitiva cuando sentimos que en ese momento está pasando algo que más tarde querremos recordar, y por eso apretamos el disparador, para reducir la realidad a un recuadro que nos ayude más tarde a volver a ese instante. Considero que los primero pasos de García Alix en la fotografía se guiaban por este tipo de impulsos, lo que viene después es otra cosa.....

sobre memoria

Quizá se le atribuye demasiado valor a la memoria y no el suficiente a la reflexión. Recordar es una
acción ética, tiene un valor ético en y por sí mismo. La memoria es, dolorosamente, la única relación
que podemos sostener con los muertos. Así, la creencia de que la memoria es una acción ética yace
en lo más profundo de nuestra naturaleza humana: sabemos que moriremos, y nos afligimos por quienes
en el curso natural de los acontecimientos mueren antes que nosotros: abuelos, padres, maestros y
amigos mayores. La insensibilidad y la amnesia parecen ir juntas. Pero la historia ofrece señales
contradictorias acerca del valor de la memoria en el curso mucho más largo de la historia colectiva.
Y es que simplemente hay demasiada injusticia en el mundo. Y recordar demasiado nos amarga. Hacer
la paz es olvidar. Para la reconciliación es necesario que la memoria sea defectuosa y limitada.

Susan Sontag


Me parece interesante la reflexión de Susan Sontag por el vínculo directo que establece entre el echo de recordar y olvidar, que parecen caminar de la mano. Recordar es una acción que todos los seres humanos llevamos a cabo en incontables ocasiones a lo largo de nuestra vida. Recordar no es más que reflexionar en torno a nuestra propia humanidad, entender que tenemos un tiempo limitado de vida y que ese tiempo va pasando. Considero que existe una relación directa entre recuerdo y muerte. Sin embargo Susan Sontag va más allá; introduce el echo de olvidar como una necesidad también humana. "Hacer la paz es olvidar".
Topé con esta reflexión por primera vez a modo de cuento. Borges lo relata en "Funes el memorioso", el super hombre capaz de recordar hasta el más mínimo detalle, alejándolo del sueño y condenado a la interminable rememoración de todo aquello que había visto, leído y escuchado con perfecta exactitud. Dormir es distraerse del mundo, y Funes no era capaz de distraerse de ni uno solo de sus recuerdos; todo eran detalles.
Borges concluye el cuento de la siguiente manera:
"...Había aprendido sin esfuerzo el inglés, el francés, el portugués, el latín. Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos. La recelosa claridad de la madrugada entró por el patio de tierra."

viernes, 23 de abril de 2010

PIERRE BOUDIEU

Pierre Bourdieu en su Un arte medio, una aproximación antropológica a los usos de la imagen, sostiene que “la fotografía es una técnica deliberada de selección y de clasificación voluntaria del pasado. Lo que se fija en la fotografía no es el acontecimiento como tal, sino uno de sus aspectos, deliberadamente salvado del olvido” 12. Bordieu, sostiene que el “rito fotográfico” no solemniza más que lo que es digno de solemnizarse, por ello la percepción ya debe estar sobrevalorada antes de recibir la consagración fotográfica. Además, todo un aspecto de lo vivido es a priori censurado por prohibiciones, ideologías, éticas, estéticas...etc.

La lectura de una fotografía siempre es la percepción de una intención consciente. Para Bordieu, la fotografía es lo contrario a un calco de la realidad, ya que “des-realiza” aquello mismo que fija. Sin embargo, la fotografía adquiere la existencia imaginaria del símbolo, es decir, la existencia, solo se sostiene por su parecido con el original. La existencia del símbolo reside esencialmente en la significación que le de aquel para quien el símbolo simboliza.

miércoles, 21 de abril de 2010

memoria del territorio



Gran Vía- hoy



Gran Vía- 1955

Hay lugares que llevan siendo "centros de ocio" desde hace más de un siglo. La Gran Via de Madrid, es un buen ejemplo de ello. La memoria del territorio nos explica esto; en ocasiones ( la gran mayoria) la memoria del territorio, está sujeta a políticas y planes urbanísticos, sin embargo, la individualidad siempre permite la elección. Yo nací en Madrid, y desde que empece a conocer mi ciudad de un modo más consciente, más real, he percibido esta "Gran Vía" como una calle interminable, de cines y teatros, de bares y cafés, una calle dinámicas como pocas tiene la ciudad, y creo que es un sentimiento que muchos madrileños comparten y han compartido a lo largo del tiempo. ¿Las fotografías lo demuestran?, no lo se, yo creo que si

domingo, 18 de abril de 2010

CHRISTIAN VOLTANSKI



Ha trabajado con imágenes propias (que forman parte de su propia historia, de sus recuerdo) y también con imágenes, fragmentos de la vida de otras personas, como ropa, cartas y diferentes objetos. A través de estos objetos “con memoria” Boltanski parece querer hacer reflexionar al espectador en torno a temas como la memoria y el recuerdo. A través de los diferentes objetos el espectador puede recrearse en ellos e imaginar una historia que remite a los dueños de los objetos. Al mismo tiempo, este tipo de instalaciones, invitan a reflexionar acerca de la muerte y la memoria de aquellos que ya no están. El poder de los objetos y de las imágenes para evocar recuerdos, aunque sean inventados queda patente en la obra de Christian Boltanski.

ON KAWARA



Su obra ha pasado por los conocidos “date paintings”, serie en la que reflexiona acerca del paso del tiempo, a través de impresiones en lienzos de la propia fecha en que se imprimió la pieza. Sus reflexiones parecen querer contabilizar el paso del tiempo, con obras metódicas donde la fecha, la hora, son la base conceptual de la pieza. Sin embargo a través de la impronta de estos datos, y otros que proporciona a conocidos y amigos, como la serie de postales donde escribía la hora a la que se había levantado en tal fecha, nos proporciona información sobre su propia autobiografía, aunque solo se trate de este aspecto contable del paso del tiempo.

viernes, 16 de abril de 2010

la memoria personal



Un pequeño ejemplo de lo que llamo memoria personal. La parte residual, lo físico y lo tangible, fue uno de los puntos principales al inicio del proyecto. Un contenedor-archivador de recuerdos físicos del ocio, la idea se fue diluyendo; y la atención se centra más en las distintas categorías (desde lo personal a lo más público) tanto si nos referimos a la memoria como al olvido. Comienza a aparecer la idea de dos libros gemelos.

sábado, 10 de abril de 2010

dos tipos de archivo

Me planteo como ha cambiado esta acción de hacer memoria en la actualidad con la llegada de la cámara digital a nuestras vidas. En el artículo De la “cultura Kodak” a la “cultura Flickr”: Prácticas de fotografía digital en la vida cotidiana 15, se resalta el cambio radical acontecido en el medio fotográfico debido a la constante presencia de la cámara digital como dispositivo de uso cotidiano. Los teléfonos móviles se venden, por norma general, con cámara integrada; esta omnipresencia tiene como resultado que los momentos, los lugares y el uso que se les da a las fotografías hayan cambiado radicalmente, y con ello también ha cambiado la función social de las imágenes. La fotografía ha pasado de ser un objeto casi ritual, relacionado con fechas y eventos específicos, a ser una práctica cotidiana en la vida de muchas personas; por no hablar del incremento considerable de la propia producción de imágenes y como consecuencia de nuestros propios “archivos” de imágenes. Concluyo que la acción de rememorar es siempre la misma, sin embargo, en la actualidad nos servimos de un número mucho mayor de imágenes que nos acompañan y facilitan el camino para recordar determinados acontecimientos.

La idea de acumulación ha aparecido a lo largo de esta investigación en dos ámbitos diferentes. Por un lado, hemos visto como la memoria es un sistema acumulativo, un archivo que parece no tener fondo, donde se albergan múltiples datos recogidos desde nuestra más tierna infancia hasta el momento en el que morimos, y que sin embargo no se comporta con la misma rigurosidad con la que se ordenan los archivos creados por el individuo. Se trata pues de un archivo mental de carácter abstracto que funciona a través de complejos mecanismos de asociación, recuerdo, creación de imágenes... En segundo lugar cada individuo crea pequeños archivos físicos que comprenden fotografías, objetos, cartas... que nos remiten directamente a nuestro pasado y por consiguiente a nuestra identidad.

Estos dos modelos de archivo parecen complementarse de un modo recíproco. Se sustentan el uno en el otro. Si la memoria falla, podemos basarnos en una fotografía para rememorar un determinado momento y recordar todos aquellos datos que nuestra memoria había obviado, escondido o tergiversado; si perdemos ese archivo de recuerdos tangibles, siempre podemos acudir a nuestra memoria, pese a saber que hemos olvidado retazos de la historia. Esta última acción, la de acudir a nuestra memoria para recuperar algún recuerdo, tiene un carácter más emocional si cabe, que el archivo tangible, y es que los recuerdos han quedado fijados en la memoria gracias al impacto emocional que sufrimos en el momento en que ocurrió.

El registro de la información, y el almacenamiento de la misma, es decir la idea de archivar, ordenar, guardar... etc para el futuro ha estado presente a lo largo de la historia de la humanidad. En el ámbito artístico, también ha sido un tema a tratar. Diferentes artistas han tratado este tema, en relación a la idea de registro. Registrar el mundo a través de una cámara es realizar un archivo subjetivo del mundo que nos rodea, de una realidad particular. La imagen ha sido un soporte idóneo para llevar a cabo esta labor. A continuación veremos ejemplos de artistas que han llevado a cabo este registro desde perspectivas muy diferentes.